Cartago. Con sus hábitos color café (que representan la pobreza de la tierra), larga capucha, cordón blanco en la cintura y sandalias… Ellos son los frailes del Convento de los Hermanos Menores Capuchinos de Cartago.

Detrás de ese imponente templo y una antigua estructura que soportó el terremoto de 1910, viven en la actualidad nueve hombres que decidieron entregar su vida a Dios.

Su vida tratan de llevarla bajo los principios que inculcó San Francisco de Asís hace más de 792 años. Desde que decidieron unirse a la fraternidad, aceptaron los tres votos: pobreza, obediencia y castidad.

Los tres valores de los frailes: pobreza, obediencia y castidad.

El cordón franciscano que cuelga en la cintura de los frailes tiene tres nudos y cada uno de ellos representa esos votos. Incumplir cualquiera de ellos es sinónimo de expulsión.

“El voto de la obediencia es el más difícil de cumplir”, dice Fray Ignacio mientras recorremos los tres pisos que hay detrás del Altar Mayor del templo.

Ese Altar fue construido por los propios frailes hace más de 100 años en un pequeño taller de ebanistería que aún existe en la esquina sureste del Convento.

Junto a ebanista de la época, los frailes levantaron ese altar de enormes proporciones que luce imponente a pesar del paso de las décadas.

Detrás de ese altar, hay tres pisos que los frailes utilizan con varios fines. Ahí se resguarda parte de la historia religiosa de Cartago.

Un día en el Convento

Para los Frailes Menores el día comienza muy temprano. A las 5 am comienza a alistarse para estar listo a las 6 am, momento de iniciar el Laudes (rito de alabanza a Dios para agradecer por un nuevo día).

En una pequeña capilla con forma avalada dentro del convento, los frailes entran con respeto y silencio. A las 6 en punto, uno de ellos comienza a pronunciar oraciones y los demás responden, en algunos casos, con cánticos.

Después de las oraciones, siguen 30 minutos de silencio total para meditar. Ese espacio es privado, solo los hermanos ingresan a ese sagrario que está a unos metros de la salida de la sacristía del templo.

Después de ese rito, los frailes inician su día con un desayuno. Cada uno es responsable de diferentes tareas dentro del Convento.

“Algunos van a misa, otros a confesar, algunos tienen que hacerse cargo de la limpieza, hay espacio para el deporte y los estudios de teología y filosofía no puede faltar. Eso es por la mañanas y al mediodía hay otra oración y luego el almuerzo”, repasa Fray Franco sus días.

Detrás de las paredes del convento hay muchas cosas que pocos conocen. Aparte del antiguo taller de ebanistería, hay una pequeña huerta, un gallinero, un vivero con hermosas orquídeas que cuida Fray Benigno, una enorme biblioteca con libros que datan de 1700, imágenes, un florido jardín y hasta su propio cementerio.

Y que al costado sur de las paredes del templo existen dos catacumbas, una de ellas que data de hace muchas décadas, donde fueron sepultados varios religiosos.

La otra cripta fue construida cuando se edificó el templo en 1968. Ahí yacen los restos de muchos recordados frailes que, gracias a su empeño y fe, hoy Cartago sigue siendo la provincia más religiosa de Costa Rica.

Ese cementerio se ubica exactamente bajo la capilla en la que está el Huerto de Jesús Nazareno.

Una vida activa

Aunque muchas veces se tienda a confundir a los frailes con los monges, son completamente diferentes. El monge es más solitario y se dedica más a la oración, mientras que los frailes viven en fraternidad y se entregan más a la comunidad.

Fray Franco, encargado del Convento, en plenas labores de lavandería. Cada fray debe encargarse de sus quehaceres.

Es por ello que en el Convento hay más de 25 grupos (cinco coros, pastorales, lectores, entre otros), tienen el Colegio Seráfico, la Clínica de la Esperanza (para enfermos de sida) y la Casa de Alimento de la Misericordia (para familias pobres).

En la Clínica de la Esperaza se han atendido a más de 90 enfermos, algunos de ellos hasta su muerte. Otros han sido restaurados en sus familias que, en algún momento, los rechazaron.

Durante las noches, los frailes participan en reuniones con la comunidad y otros se dedican a la universidad. A las 10 pm, el silencio tiene que imperar de nuevo en el Convento.

Entrada al cementerio de los frailes. Se ubica en el templo, específicamente, debajo de la capilla donde se tiene el Huerto cada Semana Santa.

Hasta hace unos años, el ingreso de nuevos postulantes era algo más constante. “Cuando yo entré, éramos 14, pero ahora si acaso entran dos o tres por año”, dice Fray Franco.

Otro detalle importante es que no todos los frayles son sacerdotes. Solo algunos toman la decisión ordenarse y asumen otras responsabilidades adicionales, propias de los curas.

Una vez que un joven decide entrar, debe llevar una serie de pasos dentro del convento. Incluso, en algún momento deben salir del país para seguir parte del proceso.

Si a los seis años de haber ingresado no ha tomado los votos perpetuos, debe salir del convento.

Es así como esta fraternidad ha estado presente en Costa Rica, pero sobretodo en Cartago a partir de 1967. Incluso, fueron de los pocos que se mantuvieron en la ciudad después del terremoto de 1910.

Los frailes llegaron a Cartago por accidente en tiempos de la conquista española, luego de que fueran expulsados de Guatemala. Religiosos de origen catalán fueron quienes se asentaron aquí e inculcaron el catolicismo en esta tierra.

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