Fray Isidoro en sus años de juventud, mientras juega con un grupo de niños cartagineses.

Redacción. Si en Cartago preguntáramos por el español-vasco Florentino Zalagueta, nadie daría razón. Pero, el nombre Fray Isidoro de Misquiriz está gravado con letras de oro en el recuerdo, la historia y la fe de los brumosos.

Lo bautizaron como Florentino, en España, año 1925; como Fray Isidoro llegó a Costa Rica, en 1954, a la edad de 29 años, procedente de Barcelona.

Eligió Meisquiriz para rendirle tributo a un pequeño y humilde lugar de Navarra, el pueblo de su familia.

Sus superiores consideraron que podría contribuir mucho en la educación de nuestro país, como profesor de Teología y Filosofía pero fue más allá y, en su paso por esta vida, se dedicó no solo a la educación y la espiritualidad, también a mejorar la sociedad.

Aterrizó en el aeropuerto de La Sabana, se hospedó, en su primer día, en la Capilla de Las Ánimas y, después de almorzar, salió a recorrer el Teatro Nacional, la Catedral Metropolitana y el barrio que, en aquel entonces, era uno de los más importantes de la capital: Escalante.

Ese fue su primer contacto con un país que lo acogió como un costarricense más, dejó su huella y donde, desde el año 2013, descansan sus restos.

Misionero, cura párroco, capellán del Hospital Max Peralta por décadas, fundador y miembro de la Junta Directiva de la Mutual Cartago de Ahorro y Préstamo (Mucap) por cuarenta años, orador de fuerte voz característica de un español hijo, también, de Cartago.

Por más de 50 años, fue el Director de la Hermandad de Jesús Nazareno.  Se esforzó por preservar la tradición de las procesiones, pese a los cambios generacionales y la modernidad.

Sus sermones de Semana Santa, en el Parque Central y el Calvario, están, aún, guardados en el recuerdo de los cartagineses por la estremecedora fuerza de su voz. Por la claridad de sus mensajes que invitaban a vivir según el ejemplo de Cristo y la descripción detallada del vía crucis que sufrió nuestro salvador.

Recordaba a la ciudad de las brumas, al llegar de España, como un pueblo pequeño que se extendía de la vía del tren a El Carmen y el Asís llegaba hasta Cantarrana.

“En aquella época la genta era muy bella, no tenía prisa, la prisa mayor era que los chiquillos llegaran a la escuela, las personas trabajaban en comercio o trabajaban en agricultura” le dijo a Osvaldo Valerín con ocasión de un tributo que le hizo la Fundación Costa Rica y su historia.

Predicó en Taras, Guadalupe, San Rafael, la Parroquia, la Basílica de Los Ángeles, es decir, por todo Cartago. Fue cura párroco en San Rafael ante la ausencia, debido a un infarto que sufrió el padre de aquel lugar.

Llegó hasta los 88 años, murió un miércoles 24 de julio de 2013 por complicaciones propias de lo avanzado de su edad.

Estuvo internado, varias veces, antes de su deceso, en el centro médico donde era Capellán, el Max Peralta.

En la misa para conmemorar su muerte y darle cristiana sepultura que se celebró en el templo de los Padre Capuchinos, no cabía un alma, las calles de Cartago se llenaron de gente y la Hermandad de Jesús Nazareno escoltó y sostuvo la caja de madera donde reposaban sus restos hasta llegar al Cementerio General.