Por Germán Salas M.

Periodista tico radicado en México


México. Les llamaremos Ángela, Luis y Mario. Al mediodía de este 19 de septiembre estaban en sus roles de universitaria, contador y médico; pero solo un par de horas después hacían de oficiales de tránsito, rescatistas y hasta ofrecían sus vidas para entrar en medio de escombros a buscar sobrevivientes.

Como costarricense, he sido testigo de cómo un pueblo se vuelca a ayudar a las víctimas de un terremoto, pero de lo que he sido testigo en México no tiene comparación en mis 36 años de vida.

Historias como las de ellos tres se multiplican por miles desde inicios de la tarde. Los miedos quedan atrás para dar pie a hombres y mujeres que ayudan a atenuar la magnitud de la tragedia.

Cada uno sabe lo que puede dar y en ocasiones dan un paso adelante para entrar en las perforaciones y buscar vida en medio de toneladas de cemento y varilla. México aprendió muchas lecciones en 1985 y una de las principales es que cuando el pueblo se levanta a ayudar, hay que dejarlo.

Es así como desde pequeños, los mexicanos aprenden qué hacer cuando ocurre un terremoto y cómo pueden ayudar una vez que acaba el movimiento. Ángela es una de ellas. Una universitaria que en el momento del terremoto de 7.1 grados lloraba en una esquina en la Colonia Roma, pero solo minutos después las cámaras de seguridad la tomaron mientras organizaba el tráfico en una de las avenidas.

Experiencia no tenía, pero sabía que si no lo hacía, el caos iba a ser peor. El sistema de monitoreo civil la detectó y pronto le enviaron ayuda, pero lejos de irse a casa, ella siguió las instrucciones de las autoridades y ahora con más conocimiento y empoderada, asumía otra de las avenidas, acompañada únicamente con el bulto y sus libros.

Luis salió a comer, vestido de saco y corbata. El terremoto lo recibió cerca de los grandes edificios de Ciudad de México. Al conocer la magnitud de la tragedia corrió y se ofreció de voluntario para sacar piedras de una de las 29 infraestructuras que colapsaron.

No se percató que su “uniforme” era el menos convencional, pero ahí estaba con su casco, chaleco y guantes. Así lo recibiría la madrugada, al menos con la satisfacción de haber rescatado una persona con vida. La historia de Mario cruzó otros límites. Médico de profesión, este joven de 28 años fue la primera mano que se levantó cuando preguntaron quién se ofrecía como “topo”.

Los seleccionados serían los encargados de entrar en medio de escombros, ya asegurados, en búsqueda de vida. “Yo estoy bien, estoy sano, yo puedo y quiero hacerlo” expresaba con voz potente. Como él, muchos mexicanos estaban buscando compatriotas antes de que lleguen las lluvias y compliquen más las labores de rescate.

Son ejércitos de hombres y mujeres dispuestos a dar todo y más por un país doblemente golpeado por terremotos y un huracán. Todos tienen algo para ayudar, ya sea montar diarios, coordinarequipos de rescate, ser uno dentro de cadenas humanas para llevar agua o sacar piedras.

También hay espacio para los que gozan de buena voz y son bienvenidos a cantar alguna canción que anime a todos a seguir adelante. Es así como la ciudad anocheció y amaneció con “Cielito Lindo”, “¡Viva México!”.

Toda ayuda es bienvenida, el único requisito es seguir las instrucciones de la autoridad. Soy costarricense y he aprendido mucho de los terremotos en mi hermoso país, pero en estas últimas horas vi cómo un país se levanta, haciendo viva la frase “¿En qué miedo descubriste que eras valiente?”.