Jonathan Prendas R.

Politólogo y periodista

Candidato a diputado en Heredia

Restauración Nacional

Desde hace años he venido escuchando, cada vez más y con mayor frecuencia, que la religión es el peor error de la política, que el país debe ser Laico, o que la religión es el cáncer del país.

Cada una de esas apreciaciones, así como todas las demás que puedan generarse hoy o mañana, tienen una clara fundamentación en la intolerancia religiosa, en la ignorancia conceptual del papel que tiene la religión en la política o en la necesidad humanista de hacer relativa la frontera entre lo bueno y lo malo.

Vamos por partes, partiendo de que la política en su entender más sencillo, es el arte de la toma de decisiones con el fin de generar bienestar a un grupo de personas, es que podemos entender que la clave para una buena implementación de ella está en la concepción ética y moral que la persona tenga a la hora de ejercerla y en su diario vivir.

Si una persona tiene clara la diferencia entre lo bueno y lo malo entonces será fácil que su desempeño político sea transparente y benefactor, sin embargo, si esta separación no es lúcida estoy totalmente seguro que los «peros» serán la tónica en su ejercicio político y civil.

Si bien existen muchas formas en las que se puede explicar y fundamentar la base ética y moral de quienes ejercen la política, lo cierto del caso es que una de las formas más tradicionales es aplicando la evaluación de la presencia o no de los principios y valores religiosos.

Es decir, si bien lo más fácil es que todo se circunscriba a la simple obediencia del sistema legal de un país, la verdad es que el mundo de la política termina siendo de un entender no tan básico como la definición que expuse líneas atrás, esto debido al impacto que trae consigo el poder, la influencia, la autoridad y, por ejemplo, la búsqueda de algunos por alcanzar la supremacía de los unos sobre los otros.

Es por lo anteriormente expuesto que creo en la necesidad de que a los políticos se les deba aplicar la escala de valores y principios que nos facilita la religión, pues así se podría saber, con mayor facilidad, qué se puede esperar de ellos en función de su tarea primaria de escoger entre beneficiar vs. beneficiarse del ejercicio político, así como de lo concerniente a la separación de lo bueno y lo malo.

Es importante clarificar ahora que, la religión, debe ser entendida para los efectos de este artículo como el mayor o menor grado de ejercicio espiritual con el que una persona se desarrolla en función de su actuar, decidir y hacer, y no como el insípido conocimiento teórico de la doctrina religiosa; una persona es lo que hace, no lo que dice que hace; es decir, la religión en su mejor versión se refiere a la guía práctica para el buen vivir y hacer.

De tal forma, la religión no es un error, no debe ser eliminada de la vida nacional y no es un cáncer dentro de la política, sino más bien es el insumo perfecto, en su mejor versión aplicada, para evaluar lo bueno y lo malo en función del bienestar del país.

Es decir, y reitero, quien se oponga a un papel relevante de la mejor versión de la religión en la política, es porque quiere hacer relativa la manera en que se define lo bueno y lo malo, en aras de redefinir esa separación con base en la peor versión humanista donde esta mancuerna deja de ser algo fácil de identificar, para volverse indeterminada y subjetiva a cada quien.

Hay que tener claro entonces que esta insistente pretensión de algunos por sacar a la mejor versión de la religión del contexto político busca «secuestrar el sentido común… y tratar de confiscar la manera de pensar…», como bien lo señalan Nicolás Márquez y Agustín Laje en «El libro negro de la nueva izquierda».

La religión es, entonces, la mejor herramienta para identificar la motivación de las decisiones que se tomarán, pero también de las que se toman y de las que se tomaron.

1 COMENTARIO

  1. Ciencia, ética, filosofía, ideología, etc., al final todos actúan con base en un conjunto de «valores», compardos o no por la mayoría.

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